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El pescador y la voz

9 May

Cuentan los hombres dignos de confianza, pero el diablo sabe más, que en alguna ocasión un pescador encontró entre sus redes una botella de cobre con el tapón de plomo. Aquel hallazgo sorprendió mucho al pescador, pues su abuelo ya le había contado en muchas ocasiones de las cosas que se pueden encontrar en las redes de los pecadores, pero nunca había escuchado de la existencia de cosas como aquella, la botella era algo muy diferente a lo acostumbrado en su pueblo, donde el barro era la materia prima para ese tipo de cosas. El abuelo había encontrado toda clase de peces raros y restos de naufragios, pero nunca una botella de cobre.

De noche mientras el pescador dormía la botella se agitaba, la cual había dejado en la mesa, con el movimiento poco a poco fue acercándose a la orilla hasta caer. Despertado el pescador por el ruido que hizo la botella al caer, se levantó de su hamaca, encendió una linterna para ver lo que había pasado y vio la botella en el suelo, la levantó, era la misma botella pero ahora estaba reluciente como si alguien la hubiera pulido y además estaba fresca. Las noches cerca de aquel mar eran calurosas, así que un buen trago de aquella botella no estaría mal y ya empezaba a imaginar un buen vino. Destapó la botella y cuando se disponía a beber, la botella le quemó los labios y la dejó caer. En el suelo, la botella ardía y de entre las llamas surgió una voz «¿Quién eres tú? -preguntaba aquella voz- ¿Por qué me has despertado?» El pescador no sabía que hacer, estaba asustado y no pudo hablar. «Estuve mucho tiempo encerrado y ahora me veo obligado a concederte tres deseos -dijo la voz- por haberme liberado.» El pescador se mantuvo quieto hasta que luego de un rato al ver que las llamas no crecían se atrevió a preguntar:

-¿Qué cosa eres?
-Soy algo… soy alguien que puede cambiar tu vida.
-No quiero cambiar mi vida.
-Nadie sabe eso: hasta cuando llega la oportunidad.

Hubo un largo silencio y el pescador preguntó:

-¿Cómo puedes cambiar mi vida?
-Como tú quieras, tú decides.
-Entonces no me haces falta para cambiarla.
-Yo te hago falta porque te puedo conceder tres deseos.
-¿Tres deseos?
-Sólo tres.
-¿Cómo haces para concederlos?
-Tengo poder.

El pescador pasó mucho tiempo pensando en eso de que nadie sabe que quiere cambiar su vida hasta que le llega la oportunidad. Entonces supo que la voz tenía razón y en su primer deseo, quería ser preciso y aprovechar muy bien esa oportunidad. Pensó en pedir una red más grande, que siempre hubiera peces y una mujer para tener con ella un hijo a quien enseñar el arte de pescar con red. Pensó en muchas cosas, pero al final su primer deseo lo formuló de la siguiente manera:

-Mi primer deseo es tener la suficiente inteligencia y claridad para escoger bien los siguientes dos deseos.
-Concedido -dijo la voz-, ahora pide los otros deseos.

Ahora el pescador tenía claridad e inteligencia y ya no pensaba en cosas personales, sentía la necesidad de pedir muchas otras, pero sabía que era imposible acabar con los ladrones, los asesinos, el hambre, la muerte. Entonces se le ocurrió pedir que se acabara la pobreza entre los seres humanos, pensaba que esto sería lo mejor pues sin pobreza ya no habría necesidad de robar, matar, mentir. El pescador pensaba en los otros.

-Los deseos sólo son para ti, -dijo la voz- no puedes pedir por los demás.

El pescador cayó en una profunda reflexión. Pidió ser el hombre más rico del mundo y posponer su último deseo. Repartiría la riqueza y haría todo lo posible por que se acabara el odio entre los hombres. Luego de un tiempo, cuando su riqueza se le acabó y los hombres seguían matándose unos a otros destapó nuevamente la botella.

-¿Quieres tu último deseo?
-Acabé con la riqueza que me diste y no fue suficiente para acabar con el odio entre los hombres y menos con la pobreza.
-Pide tu último deseo, puedo ayudarte a olvidar todo.
-Ese es mi último deseo.

Despertó acostado en una hamaca y no sabía lo que era aquello, no reconocía nada y le era imposible pensar en palabras, no recordaba ni su nombre, ni tan siquiera su condición de humano.

Martín Dupá